En visión retrospectiva, y con todos los «peros» que se pretendan esgrimir, lo cierto es que aquel país situado a finales de 2011 al borde del colapso económico y financiero- preferible no imaginar que hubiere ocurrido de no adoptarse ciertas medidas drásticas pero inevitables-; hoy ha recobrado el pulso con unas previsiones de crecimiento por encima de la media europea. La prima de riesgo se ha marchado por donde ha venido; la reforma laboral ha logrado frenar un importante número de despidos; y la bajada de impuestos está sin duda contribuyendo a dinamizar el consumo y la economía en general.
Es obvio que hay tarea pendiente. Demasiadas situaciones personales duras e indeseables. Unas cifras de paro que, no obstante ir cediendo -en los dos últimos años se han creado un millón de empleos-, debemos seguir combatiendo enérgicamente; en particular el desempleo que afecta al colectivo de mayores de 45 años así como a los jóvenes cuya formación debe completarse, procurando en todo caso la imprescindible conexión entre universidad y empresa.
Cuatro años ha llevado salir del «pozo» en que nos metió un gobierno socialista tibio e incapaz a la hora de encarar la crisis en toda su dimensión. Lo más a que llega el Presidente Zapatero, y en todo caso obligado por Bruselas, se reduce a la aprobación del techo de gasto y su incorporación a la Constitución. Estamos hablando del mismo techo de gasto que ahora se quiere «cargar» el candidato Sánchez ; quien en su día, y en calidad de diputado, voto a favor de su implantación.
Pero a estas alturas ya no tiene que sorprender la política de «zigzag» practicada por el líder socialista: tan pronto pacta gobiernos con «separatistas» y «radicales», como se envuelve en una bandera de España de tamaño imponente. El PSOE está lleno de titubeos, de complejos, de «querer contentar a todos, y no contentar a nadie»; y cuando se trata de defender la unidad de España ante los independentistas catalanes, solo vale la firmeza de hacerlo con la Constitución en la mano.