Uno de los aspectos más destacados en la trayectoria vital de Jovellanos ha sido cómo supo enlazar la visión universal de las cuestiones de su tiempo con su desvelo por todo lo que afectase tanto a su Gijón natal como a Asturias, se tratara de la cultura, la historia y el arte, la agricultura, la industria y las comunicaciones con la meseta. Todo aquello que afectase a la realidad asturiana despertaba su interés y fue tratado por el polígrafo gijonés con una profundidad en los análisis y en las propuestas, que todavía hoy puede ser considerada orientadora.
Su villa natal, Gijón, siempre se halló en el centro de sus prioridades, y ello sin caer en un enfoque localista, pues una idea integral y amplia de los problemas fue constante en su pensamiento. Su vasta formación literaria, jurídica, artística, histórica y filosófica le convirtió en un gran humanista que buscaba, con afán, la prosperidad y el bienestar de su entorno. Una aspiración ésta que chocaba con los prejuicios y mediocridad de gran parte del entramado político de la época. En el camino de conseguir ese progreso Jovellanos creó en 1794, en Gijón, un Instituto de Náutica y Mineralogía que encauzase la formación científica y técnica de dos bases de la economía gijonesa y asturiana, la mina y el mar.
Gijón se convertiría así en adelantado de las nuevas tendencias universitarias, en un modelo de armonización de las Ciencias Tecnológicas y de las Humanidades. Pocos años después concebiría la creación de una Academia Asturiana que tendría como función el estudio de la historia y de la lengua asturiana, y elaboraría 200 fichas del léxico del asturiano.
El pragmatismo de Jovellanos vio en las comunicaciones la vía imprescindible para crear los cimientos de una economía sólida. La carretera de Castilla, el puerto de Gijón y una carretera que uniese su villa natal con las cuencas mineras, iban a ser una obsesión para el ilustrado. La promoción de la carretera hacia la meseta iba a provocarle no pocos sinsabores. El puerto, que para él representaba un elemento primordial para la generación de riqueza, le llevó a esmerarse en demostrar a las más altas instancias del poder central que Gijón era, sin lugar a dudas, el sitio más idóneo para dirigir la ruta de los transportes con la meseta. Igualmente, los productos de ultramar podrían encauzarse por el puerto y abastecer el mercado central una vez se terminase la carretera con Castilla. A su vez, los productos castellanos utilizarían el puerto gijonés para su exportación. Otro de los objetivos de Jovellanos iba a ser que este puerto tuviera iguales privilegios que los de Santander y Bilbao.
En sus anotaciones diarias siempre se mostraba sensible a todo aquello que pudiese favorecer el bienestar de la gente, que permitiese al hombre una existencia en libertad para desarrollar sus capacidades. Jovellanos mantuvo sus inquietudes a favor de estos logros al margen de los favoritismos palaciegos o de las mentalidades pueblerinas. Nunca entendió los localismos que empequeñecen ni las rivalidades primarias que imposibilitan la buena gestión de los asuntos públicos. Jovellanos siempre colocó a la razón y al interés general por encima de las vanidades o los sentimientos vanos. Esa fue su norma en el quehacer diario durante toda su vida, lo que muchas veces originó que sus enemigos quisieran empañar su ejecutoria.
Jovelllanos se preocupó como nadie de mejorar lo que entonces era la pequeña villa de Gijón y a una Asturias olvidada por el poder central. Vivió sintiendo a su tierra profundamente, sin complejos, con una abnegación y entrega que suponen un ejemplo para los asturianos de nuestros días. Tal como ayer, la educación y las comunicaciones son las grandes carencias de Asturias, y su mejora ha de ser propósito preferente para todos. Jovellanos defendió con constancia y vehemencia patriótica los intereses de su villa natal y los del Principado. Que nosotros siguiéramos su ejemplo sería el mejor homenaje para tan ilustre hijo de Gijón.