(EL COMERCIO) Cuando en mayo del año pasado tuve la surte de conversar con Leopoldo López padre, sentí la necesidad de expresarle que estaba convencido que pronto volvería a ver a su hijo en libertad. Como tantos otros me equivoqué. No sopesé con atino la ofuscación pertinaz y pestilente de un ignorante, que se aferra ciego a un poder que le colma de opulencia y privilegios, mientras su pueblo sangra y muere por todas las esquinas. Infravaloré, como tantos, la capacidad represora de esta grotesca caricatura de Chávez, que en nombre del chavismo y la igualdad embarca a millones de venezolanos en vagones con destino a la miseria.
Pero ayer, hoy, mañana y todos los días que sea necesario, los venezolanos siguen saliendo a la calle para reivindicar el derecho a los alimentos más básicos, a medicinas y a la libertad. Y lo hacen bajo la sombra de la pavorosa probabilidad de no volver a casa. Una sombra que les intimida pero ya no les contiene. Sólo en abril y en lo que va de mayo, se contabilizan en las manifestaciones contra el régimen de Maduro, más de 1200 detenidos, 30 muertos y un número incalculable de heridos.
Hoy el contexto no es el mismo que en el 2007. Por aquel entonces, media y más de media Venezuela también gritó a Chávez que no se llevara la democracia. Pero ahora la situación es de una gravedad extrema, con una crisis económica atroz, una crisis humanitaria sin precedentes, y una violación sistemática de los derechos humanos. La pobreza ha pasado, en tan sólo una década, del 48% al 81%. Según el FMI, la inflación prevista para el 2017 es del 720,5% y superior al 2000% en 2018.
Por eso el venezolano ha decidido que para sangrar en casa mejor lo hace en la calle, antes de seguir pasando hambre, antes de que su familia se muera por falta de medicamentos, o antes de que mañana maten a cualquiera de sus hijos, simplemente para robarle un par de zapatos. El clamor es imparable, porque el pueblo ya no tiene nada que perder.
El pasado 1 de mayo Nicolás Maduro decidió disolver la actual Asamblea Nacional constituida democráticamente y convocar una Asamblea Constituyente comunal no elegida por sufragio universal, en la que la mitad de los miembros serán designados directamente a su criterio. Al toparse con el rechazo de Organización de los Estados Americanos (OEA), el mandatario bolivariano resuelve el revés, al más puro estilo despótico y sin consulta alguna, retirando a Venezuela de esta organización internacional.
Ha llegado el momento de hablar sin tapujos, lo que no es democracia es dictadura y Venezuela está en una clara deriva dictatorial. El pueblo venezolano no teme una guerra civil, sino que ya está padeciendo una guerra de Maduro contra los civiles.
La comisión Regional del Partido Popular de Asturias, quiere dar altavoz y apoyo a sus miembros venezolanos y a toda la población que está viviendo bajo el yugo represor del totalitarismo chavista. Un pueblo que exige la restitución de los derechos constitucionales de la Asamblea Nacional, la libertad de los presos políticos, el respeto de los derechos humanos y la apertura de un canal humanitario para alimentos y medicinas.
Guzmán Pendás Molina
Presidente de la Comisión Regional de Inmigración del PP de Asturias